sábado, 14 de marzo de 2015

El chicuelo dice

¿Ahora gastando palabras en gallinazos?

Un alegato necesario. No todos están a favor o son indiferentes ante la próxima visita de Jorge Bergoglio al país.



Wilmer Urrelo

[Ante los rumores cada vez más ciertos y aterradores del arribo del viejito celestial a este folklórico país, el Chicuelo, en completo uso de la ausencia de sus facultades mentales básicas, escribe el siguiente manifiesto, con la vana esperanza de hallar la adhesión de alguien más al mismo. Ah, se aceptan también muestras de simpatía en especie (libros sobre todo) y dinero].

Yo no quiero
Yo no quiero que venga el Papa. Yo no quiero que venga el Papa porque sonríe todo el tiempo. Yo no quiero que venga Papa porque es demasiado alto. Yo no quiero que venga el Papa porque tiene cara de bueno y eso lo hace sospechoso. Yo no quiero que venga el Papa porque su iglesia me da asquito.
Yo no quiero que venga el Papa porque no tiene súper poderes. Yo no quiero que venga el Papa porque echa bendiciones a diestra y siniestra y por ahí me cae una por andar de baboso en la calle ocupado en otras cosas. Yo no quiero que venga el Papa porque odio a todo el mundo. Yo no quiero que venga el Papa porque no puede hacerse invisible.
Yo no quiero que venga el Papa porque de conocerlo seguro perdonaría mis pecados. Yo no quiero que venga el Papa porque me gustaría tener pecados. Yo no quiero que venga el Papa porque sólo se trata de un ser humano, intrascendente como todos los que habitan este mundo.
Yo no quiero que venga el Papa porque no me hace ningún milagrito hasta ahora (y dada nuestra inexistente e imposible amistad, dudo que eso pase). Yo no quiero que venga el Papa porque cualquier burrera que haga es noticia mundial. Yo no quiero que venga el Papa porque somos (en teoría y por lo tanto no vale) un Estado laico.
Yo no quiero que venga el Papa porque sus fanáticas y fanáticos (no faltará uno, ya verán) son el beaterío de esta ciudad cada día más fea y cada día más hipócrita: a cuántas mujeres matarán ese día, a cuántos niños violarán mientras el paceñerío irá a aplaudirlo y más de una y uno echará sus lagrimitas de cocodrilo.
Yo no quiero que venga el Papa porque no tiene rayos que puedan traspasar los muros de las bóvedas de los bancos y llevarse toda la plata que hay ahí adentro y repartirla entre los necesitados (ejemplo: usted y yo). Yo no quiero que venga el Papa porque se parece un montón al polaco que había antes y ese no es un buen antecedente (y del nefasto alemán mejor ni hablamos).
Yo no quiero que venga el Papa porque no tiene ni tendrá la capacidad de reproducir los panes y los peces y los pobres seguirán siendo pobres y los pobres seguirán siendo estudiados por los tecnócratas de cafetín de tres de la tarde e ideas avanzadas. Yo no quiero que venga el Papa porque me da miedo estar a solas con un cura (uno nunca sabe con qué saldrán: son cariñosos a su modo, ustedes intuyen a lo que me refiero).
Yo no quiero que venga el Papa porque “pasa ligera la maldita primavera”. Yo no quiero que venga el Papa porque hay gente más importante a la que me gustaría ver y aplaudir. Yo no quiero que venga el Papa porque soy barojiano y como todo barojiano que se respete no soporto a los curas ni en pintura.
Yo no quiero que venga el Papa porque como decía don Pío en Juventud, egolatría: “Este canónigo sanguíneo, gordo y fiero, que se lanza a acogotar a un chico de nueve años, es para mí el símbolo de la religión católica”. Yo no quiero que venga el Papa porque no quiero que seamos ese chico de nueve años.
Yo no quiero que venga el Papa porque eso demostrará, una vez más, que los bolivianos somos hipócritas y conservadores y que llevamos una beata en lo más profundo de nuestros oscuros y tenebrosos corazones. Yo no quiero que venga el Papa porque prefiero a mis pastillas, ellas son mi pequeño y pasajero milagro que me aleja del dolor (aunque sean caras, ya que importa a estas alturas).
Yo no quiero que venga el Papa porque a lo mejor me regaña por haber hecho solo la primera comunión y nada más (ver la vergonzosa foto que acompaña a esta desesperada petición).
Yo no quiero que venga el Papa porque las mujeres (no todas) seguro que se cubrirán la cabeza con algo en signo de respeto y sumisión ante otro ser humano igual que ellas (o peor, con la gente nunca se sabe y con los curas menos). Yo no quiero que venga el Papa porque como dice la canción Gracias de Internacional Carro Show: “recuerda que el amor es amor y no obligación”.
Yo no quiero que venga el Papa porque mis impuestos son laicos y bolivianos y no católicos, apostólicos y mucho menos romanos. Yo no quiero que venga el Papa porque soy malo y no me importa. Yo no quiero que venga el Papa porque todos los medios de comunicación titularán (con la “inteligencia” que los caracteriza): “La humildad de Francisco”.
Yo no quiero que venga el Papa porque las calles estarán intransitables para el ciudadano común, corrientón y hereje que usa bastón metálico (como el suscrito).
Yo no quiero que venga el Papa porque uso lentes con el marco de colores y él no. Yo no quiero que venga el Papa porque no puede levitar. Yo no quiero que venga el Papa porque yo sí puedo levitar y puedo pensar y decidir y no seguir al redil ni a nadie como menso. Yo no quiero que venga el Papa porque quiero ser libre, invisible y más bonito de lo que ya soy, y nada más.

Sin afecto,

El chicuelo

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