jueves, 2 de octubre de 2014

Artículo

El mundo visto desde sus orillas

Tras cada instantánea del World Press Photo o cada capítulo de “Palabra Viva” hay una historia interminable, una reunión de maravillosos perdedores.

 
Fotografía de John Stanmeyer.
 Ricard Bellveser

Tras cada fotografía de la World Press Photo (WPP) hay magníficas historias que insinúan relatos interminables. Al recorrer esa exposición, yo llevaba en mis manos Palabra viva. Textos de escritoras y escritores desaparecidos y víctimas del terrorismo de Estado. Argentina 1974-1983 que acaba de reeditarse en Buenos Aires y comprendí que tanto el concurso fotográfico como la antología literaria venían a ser una misma cosa: el mundo visto desde sus orillas.
La WPP es, con toda probabilidad, la exposición más importante de fotoperiodismo del mundo. Los datos son bien elocuentes: la de este año ha reunido a 5.754 fotógrafos de 132 países, que aportan 98.671 imágenes, por tanto es un universo sugerido, y el grueso catálogo que reúne tanto esfuerzo, una pieza de coleccionista, un atlas tan inacabable como imprescindible.
En estos momentos, la WPP 2014 se puede ver, de septiembre a noviembre, en plazos que varían según los casos, en Canadá, México, Francia, Austria, Chequia (Praga), el Reino Unido y en España (Madrid).
Como quizá algunos recuerden, hace un par de años la edición de entonces se presentó en la Casa Municipal de la Cultura “Raúl Otero Reiche” de Santa Cruz de la Sierra y posteriormente en La Paz, con ocasión de que uno de los premiados era el fotógrafo italiano Pietro Paolini, quien había presentado una colección de fotos bajo el título de “La Bolivia de Morales” que más bien resultó ser una mirada a cierta Bolivia campesina y pintoresca…
La foto ganadora de este año 2014, muy conocida, es obra de John Stanmeyer y capta el instante en el que unos emigrantes africanos, tras una penosísima travesía en una desvencijada y semipodrida barca, llegan a las playas de lo que ellos creen que es el paraíso europeo, y lo primero que hacen es encender sus teléfonos celulares y elevarlos hacia el cielo en busca de cobertura, en algo que resuena a un estremecedor rito de consagración. En la espesa noche, las pantallas encendidas son ventanas que perforan la oscuridad, son las nuevas estrellas de un firmamento de tristeza.
Cada una de estas instantáneas es un fragmento de la realidad, contada con perfección técnica, que insinúa la existencia de una buena historia a la espera de ser contada como, por ejemplo, el retrato de una niña abandonada en un orfanato de Varsovia que muestra nuestras miserias como seres humanos; retratos de violencia doméstica; la habitación de un manicomio en un país africano en guerra civil, en la que se encierra a un loco sin ninguna opción, condenado a una muerte segura; fardos de ropa destrozada por las bombas o las torturas, que son una descomunal metáfora de la muerte porque no hay sangre, hay desolación. El mundo, en fin, visto desde sus cloacas donde también hay espacio para la ternura.
Ya he dicho que llevaba en mis manos Palabra viva el libro que reúne textos de autores víctimas del terrorismo de Estado en Argentina, que acaba de reeditarse una vez más, en el que se reúnen escritos de 116 autores “desaparecidos” durante la dictadura argentina, pero el proyecto lo mismo valdría para la chilena y es extensible a todas cuantas ha habido y hay en el mundo. Textos de escritores y escritoras de poemas, cuentos, periodismo, ensayos, etc. que nunca vieron su obra publicada pues sus vidas acabaron violentamente, pero que en este libro se les recupera del silencio y se les devuelve a la vida de las palabras, en un ejercicio social de la memoria. De los antologados, el más joven cuando desapareció tenía 17 años y el mayor, 65.
Los representantes de la Sociedad de Escritoras y Escritores Argentinos, editores de este libro, dicen en su preámbulo que están orgullosos de la reedición y “nos duelen, pero a la vez nos fortalecen, las nuevas publicaciones de este libro” porque recuerdan el dolor sufrido y pero al mismo tiempo hacen imposible el olvido.
Los retratos de la WPP y los distintos capítulos de Palabra viva no están tan lejos el uno del otro, incluso llegan a parecer que son lo mismo, porque se trata de una reunión de maravillosos perdedores, que con su fracaso personal, en lo físico, han ayudado sin saberlo a hacer en lo social más ancho y menos ajeno este deformado mundo.




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